El rebaño y su corona… A un año de la declaración de la pandemia I /Citlali Rovirosa-Madrazo
* Del despotismo macroscópico al despotismo microscópico Todo empezó cuando políticos, científicos y ciudadanos por igual olvidaron, o pretendieron olvidar, el hecho de que, en un planeta hemisférico, todas las especies emigran, y con ellas sus patógenos. Olvidaron además que la deforestación, especialmente de bosques tropicales donde se albergan complejas y vastas redes de microbios, provoca el flujo de virus, desencadenando enfermedades que afectan gravemente a los humanos. Olvidaron también el hecho de que, tanto la ganadería industrial, como los mercados de animales silvestres, propician el salto de virus entre especies intermedias cuyos patógenos logran establecerse en los humanos. Hace más de un año, por estas omisiones, acabamos humillados frente al régimen chino de Xi Jinping, y poco después quedamos de rodillas ante los gobiernos Europeos, la administración Trump y el gobierno del británico Boris Johnson –todos los cuales optaron por ignorar la gravedad de la pandemia originada en Wuhan, China y causada por un Coronavirus. El mundo quedaría pues postrado ante las mentiras, la impericia, la indolencia y la criminal negligencia de regímenes que enfrentaron la enorme crisis de salud pública con desdén; mientras el resto de las naciones iniciaban tibios preparativos en medio de la pobreza, la violencia y la corrupción crónicas, para albergar al nuevo soberano: el Coronavirus.
* Un microbio intuitivo Danzando libremente entre especies, el virus había aterrizado en los humanos descubriendo que se había tropezado con la especie más necia, poluta y egoísta que hubiera podido encontrar en todos los ecosistemas a su alrededor. El virus sospechaba -es cierto- que aquella tenía potenciales de ser la más sabia, aséptica y dadivosa de las especies; pero no perdería tiempo averiguando, pues tenía que doblegarla para poder reproducirse, multiplicarse infinitamente y triunfar -siendo su única misión en el universo crear copias de sí mismo y propagarse. Fue así como el orbe entero cayó de rodillas ante una diminuta inorgánica criatura llamada SARS-CoV-2.
* Un virus que esquivó a la OMS Mientras esto sucedía, y mientras la Organización Mundial de la Salud OMS bostezaba, el virus –que era capaz de teorizar las ventajas de la redondez del planeta, y capaz de entender mejor el comportamiento de los humanos, se desplazaba a sus anchas de Oriente a Occidente afectando a millones de personas y dejando, en un año, un saldo de 2, 625,729 muertos, según las estimaciones de la Universidad John Hopkins. Entre tanto, gobiernos y corporaciones que decían actuar en el interés de la salud pública, ponían en marcha la ‘doctrina del shock’ (cf. N. Klein) convirtiendo a una crisis de sanidad, en la perfecta coartada para ejercer mayor control sobre la población. Así mismo, mientras los adictos al patriarcado tradicional aprovechaban las nuevas normas de confinamiento social para encerrar a sus féminas, esclavizarlas, golpearlas y violarlas, y, mientras, simultáneamente, los gobiernos fraguaban draconianos mecanismos de control -incluyendo ‘estados de excepción’ (cf. G. Agamben), renovadas maniobras de neodarwinismo e ingeniería social (cf. Bauman/Rovirosa-M.), nuevos despliegues de control biopolítico (cf. R. Esposito) y la consolidación de un estado policial digital (cf. Byung-Chul Han); el virus avanzaba con diligencia magistral y se multiplicaba de manera exponencial.
* Un virus analítico Indudablemente el microscópico patógeno había comprendido que, un planeta esférico era perfecto para su rápida propagación. ¿Cómo puede ser –se preguntaría el microorganismo- que tantos políticos, académicos, y empresarios exitosos hayan olvidado las enseñanzas de Copérnico, Galileo y Cristóbal Colon? ¿Será que, siendo rectangulares y planas las pantallas de televisores y computadoras, la dimensión esférica del planeta se deforma?– preguntarían. Cómo podrían los humanos haber olvidado las enseñanzas de la historia: la Peste Negra del siglo XIV, o la Viruela y el Sarampión que en el siglo XVI diezmaron a millones de indígenas del Continente Americano, o la llamada Influenza Española que en pleno siglo XX causó la muerte de decenas de millones -más muertes que la Primera Guerra Mundial- o las más recientes crisis sanitarias como el HIV, el Ébola, el Zika con saldos igualmente alarmantes. Pese a sus sanguinarias inclinaciones e instintos, ¿realmente habían olvidado los humanos que las pandemias arrojan más cadáveres a las calles de sus ciudades que sus aventuras bélicas y sus estúpidas guerras?
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